Sí, ho sé, ja era hora. I no, no he desaparegut ni he oblidat com s'escriu o com s'engega l'ordinador, si aquesta era l'altra pregunta que us rondava pel cap. No tinc excuses, per tant, què us sembla si us parlo del que us he portat avui?
Fa cosa d'un mes vaig participar en un petit concurs en castellà (com l'any passat, la redacció del qual també és al blog). Ens van donar una sèrie de paraules: amanecer, celeste, diáfano, boca, resplandecer i enigma (són marcades en blau) que havíem d'incloure a la narració, aquest era l'únic requisit. Ah, també hi havia el petit detall d'haver d'imaginar-lo i escriure'l en una hora, com si fos un examen! Realment és un repte que mereix la pena de provar-lo, què hi perdem en participar en coses noves?
Per això us animo a que ho feu, que agafeu les paraules abans de llegir la història que jo vaig fer amb elles, per evitar que influeixi en la vostra, i escriure-la. Si ho feu, publiqueu-la en un comentari! M'encantaria llegir-la! Sabeu que el llenguatge de les papallones, com tots els altres, no té sentit si només es parla amb un mateix.
Bé, paro de xerrar, que per una vegada que faig una entrada després de segles d'absència sembla que els meus dits no puguin parar de teclejar. A veure si aconsegueixo aturar-los, sinó, serà més llarga la introducció que el conte!
Ens veiem
Calíope
Érase una vez un lugar donde las
únicas maravillas estaban en los cuentos infantiles y donde sus habitantes se
olvidaban de ellas al crecer, volviéndose recuerdos, sombras de un pasado
turbulento.
Aquellos que allí vivían no creían
en la existencia de nada más allá de sus narices y si salían a la calle,
caminaban a paso acelerado para no encontrarse con nada ni nadie que los
desconcentrase. Intentaban evitar cualquier cosa fuera de lo habitual. E intentaban
evitarse entre ellos: nadie se fijaba en su alrededor, nadie se paraba a
saludar al amigo que hacía tanto que no veían o a los vecinos de en frente,
simplemente iban y venían en una danza taciturna y abrumadora que los envolvía
en un halo somnífero que los embadurnaba de ceguera. Tanto se convencían de que
en aquellas tierras no sucedía nada de interesante que los mismos obviados de
los cuentos podían aprovechar aquel desvío para evitar percances en su largo
camino.
Tanto era así, que daban explicaciones a todo
sin darle importancia: si volaban hadas sobre sus cabezas, veían semillas de
plátano que caían mecidas por el viento para posarse en la tierra, es la
dispersión de las plantas, decían; si los elfos reían a carcajadas en los
jardines, pensaban que el riego se había estropeado; si los pájaros cantaban,
ni siquiera escuchaban la melodía, se limitaban a pasar de largo…
Un amanecer, llegó desde muy lejos un pequeño ratón celeste, claro que en esto no
se fijaron los transeúntes, escabulléndose por las calles con asombrosa
elegancia pero con un andar ajetreado. Parecía tener prisa en llegar a su
destino ya que en su boca
resplandecía un pequeño objeto diáfano que era demasiado pesado para su cuerpo menudo. Llegado
un momento, se detuvo en un cruce y olisqueó el aire moviendo su nariz con
largos bigotes para encontrar la madriguera por la que se introdujo sin
vacilar. Nadie supo su propósito, si es que tenía alguno que no fuese llegar a
casa con su preciado tesoro, robado de una dama despistada que se hubiese
detenido a reposar en un banco con el bolso abierto lejos de su regazo; y nadie
se preocupó en saberlo. Los lugareños no estaban interesados en pequeños hechos
sin importancia.
Fue así
que acabaron por irse muchos de aquellos “pequeños hechos” ya que allí no había
nada más para ver o descubrir. Algunos restaron, quizás temerosos de lo que
encontrarían, quizá partidarios de la tranquilidad que conocían. Aquello
también sería siempre un enigma
para ellos, que se negaron a creer y prefirieron no ver.