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Calíope
La Tierra ha desaparecido. Ahora sólo quedan unos pocos supervivientes, en los cuales me hallo yo, que buscamos un hogar donde vivir. Estamos en una pequeña nave abandonada rumbo al incierto y oscuro universo. Somos pocos, por lo cual nuestras provisiones darán para muchos días, los suficientes para poder construir un nuevo planeta habitable, o al menos eso espero. Ya todos lo dudan y escriben un testamento para ellos mismos, resumiendo lo que ha sido la vida para ellos.
Calíope
La Tierra ha desaparecido. Ahora sólo quedan unos pocos supervivientes, en los cuales me hallo yo, que buscamos un hogar donde vivir. Estamos en una pequeña nave abandonada rumbo al incierto y oscuro universo. Somos pocos, por lo cual nuestras provisiones darán para muchos días, los suficientes para poder construir un nuevo planeta habitable, o al menos eso espero. Ya todos lo dudan y escriben un testamento para ellos mismos, resumiendo lo que ha sido la vida para ellos.
Todos están muy pesimistas, por eso
me he ocultado en la cabina de emergencia donde poder estar solo durante un
tiempo. Llevo casi una década en este cohete, nunca he visto el exterior desde
entonces. Quizá cuando se abran las compuertas en tierra firme me descomponga
por falta de calcio, como dicen en la tele.
Soy consciente de que no soy como
mis compañeros de viaje. Mi mayor diferencia con ellos es que soy ambos sexos,
macho y hembra, cosa que me permite reproducirme por mi solo en cualquier
momento. Eso sí, prefiero esperar a la necesidad de civilización para procrear.
Un día me explicaron que llegué a la
Tierra cuando tan sólo era un bebé y que una parejita me adoptó. Vivían en un
dúplex. Lamentablemente murieron a causa de aquella plaga de la que también me
considero culpable porque a causa de mi visita, vinieron conmigo. Y lo
destruyeron todo sin que yo pudiera hacer nada al respecto.
Ocurrió ahora hace mucho tiempo. Recuerdo
que mi clan me escogió a mí para irme de exploración, con lo cual no sabía si
sentirme halagado o no. Antes de mi ida, me dedicaba a deslizarme como un gran profesional sobre los ríos de hielo que rodeaban el planeta, pero tuve que
dejar mi pasión para emprender la misión y no reprochar el honor del pueblo.
Era la sexta vez que alguien del
planeta intentaba llegar a la Tierra y los otros cinco murieron en el intento,
cosa que me inquietaba y como podréis imaginar no me hacía ganar valor. Llenamos el depósito de combustible y acompañado de bacterias y otros
microorganismos que se habían escondido en las latas de conserva, nos
adentramos en la oscuridad. El viaje estuvo bien, tenía comida en abundancia
(dato importante: cada vez que abría una lata miles de microorganismos eran liberados de sus supuestas
cárceles). Conseguimos llegar a duras penas. Aterrizamos cerca de una gran extensión
de agua donde se rebozaban como croquetas en la freidora pequeñas criaturas desnudas. De repente, un montón
de humanos con los ojos muy abiertos se acercaron y miraron por las ventanillas
curioseando. Incluso escuché que uno decía esperanzado:
-Pero si parece inofensivo, incluso diría que viene en son de paz!
El restó sucedió muy deprisa, sólo
recuerdo vagamente unas imágenes: la plaga de bacterias que había llevado sin
darme cuenta estaba apropiándose de todo a una velocidad aterradora y de pronto
todo se convirtió en nada. Sólo veía blanco, blanco por todas partes. Después
me transportaron en una camilla cubierto de sábanas blancas y bajo una lámpara
de luz muy potente que me iluminaba la cara me hicieron un interrogatorio que
se me hizo eterno. Cuando terminó, exhalé un poco de dióxido de carbono, gran aperitivo después de tal esfuerzo, y me
recuperé como el ave Fénix renace de sus cenizas. Pero no estaba nada
solucionado, mientras yo me divertía con mis compañeros de piso, mis ex
acompañantes siguieron haciendo de las suyas hasta que ya no quedó nada que
devorar. Entonces, los pocos que no murieron se fueron en una nave sin rumbo.
No
necesité pronunciar siquiera la pregunta porque ya sabía la respuesta, había
destruido la Tierra y, con ella, la especie humana.
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